Aunque no existe un criterio único, generalmente se denomina cimentación superficial a aquella en la que la profundidad del plano de apoyo es inferior al ancho de la cimentación (entre 0,25 y 1), comprendiendo normalmente entre 0,5 y 3 metros.
Los terrenos que permiten la construcción de cimentaciones superficiales son aquellos que en sus primeras capas están compuestos por rocas, suelo granular (arenas o gravas) cuya deformabilidad sea baja o media o terrenos arcillosos de alta resistencia.
Así mismo, será imprescindible que los asientos generados en el suelo tras la aplicación de las cargas no sean excesivos debido a que esto podría provocar un mal funcionamiento de la estructura.
Finalmente, la Instrucción Española de Hormigón Estructural (EHE) clasifica las cimentaciones superficiales en rígidas y flexibles, siendo rígida cuando el vuelo en la dirección principal es inferior a dos veces el canto y flexible en caso contrario.